Toco madera por Cuba

He pasado por Cuba después de tres interminables años de lejanías. En poco más de mil días de ausencia ocurrió de todo: la designación de un presidente sin el apellido Castro, una pandemia, un intento de reordenamiento económico, una revuelta y un coletazo bárbaro de Donald Trump, para consumar en la Isla lo que no pudieron once presidentes gringos, de Eisenhower a Obama… Confieso que mi mayor reto era la opinión personal con que me regresaría de este viaje.

Cuando sabes que vas rumbo a casa, el vuelo se hace más interesante. Nueve horas sobre el Atlántico son suficiente para listar interrogantes, imaginar escenarios y poner la piel en todo lo que has leído o te han contado. Siempre hay un motivo de emoción en el regreso a tu país. Con el tiempo aprendes que un hogar no es un espacio físico, ni un edificio, ni una calle, ni una ciudad. Más allá de las líneas materiales trazadas con ladrillo y cemento están los afectos. Un hogar verdadero es donde está la familia, revolotean los amigos y se enraízan los recuerdos.

Tres años después he aterrizado con los ojos bien abiertos en un país que no es el mismo del que me despedí. Salvo los amigos que morirán en Cuba aferrados a su resistencia, lo que considero una elección digna y ruda, sabía que sentiría de cerca la ausencia ríspida de los seres queridos que ya murieron, de los que no están porque se cansaron de soñar tiempos mejores. De manera que emprendí esta visita en silencio, con cierta tristeza y también con mucha curiosidad. Más que ir de puerta en puerta me propuse pararme de incógnito en las esquinas y dejar que el alma y los ojos trataran de entender lo que las redes convierten en inexplicable.

Fue en la playa de Varadero, casi al final de la Feria Internacional de Turismo, cuando nos enteramos de la tragedia del hotel Saratoga. Una explosión en el corazón de Cuba que cambió los planes de muchos. Quienes me acompañaban lloraron. Llegué a La Habana unas horas después y me encontré una ciudad callada, de luto, con pocas personas en las calles. Detuve el auto en el Parque Central y me acerqué todo lo que pude. De lejos, con un nudo en la garganta, sentí el rugir de las máquinas que todavía escarbaban en los escombros. Los de arriba, exhaustos, pero sin rendirse, luchaban por encontrar con vida a los de abajo.

Esa es la imagen de Cuba que me traje de vuelta. Triste, desolada, pero aún con gente buena que se aferra a cualquier esperanza. No importa que exista una montaña de escombros por delante… Cómo carajo podría yo armar en un viaje de horas una visión personal objetiva, periodística o sociológica de todas las complejidades que gravitan sobre Cuba. No me atrevo por respeto a los bomberos extenuados en las ruinas del Saratoga, a los cubanos humildes agotados que vi en las colas o con la mirada perdida desde las paradas sin ómnibus. No hay una sola manera de que eso haga atractiva una postal turística.

Agradezco a Víctor Casaus, porque al leer sus reflexiones pude ver un poco de luz sobre La Habana: «No tengo pudor en decir —y compartir con ustedes y con quien quiera leer y escuchar— que apoyo la gestión ejemplarmente laboriosa, inteligente, sensible, no exenta de errores, insuficiencias y lentitudes del presidente. Ese apoyo incluye, necesariamente, el derecho y el deber de criticar, con transparencia y desde el compromiso, la gestión del presidente y de su gobierno. Creo que quienes ven, automática, mecánicamente, cualquier crítica como un ataque al proyecto revolucionario, se equivocan».

Si mi hermano Mario Jorge hubiese estado en La Habana (y no reportando desde Moscú otra guerra inservible) de seguro nos subiríamos a su terraza del Vedado para discutir sobre la incomprensible defenestración de Armandito Franco, ese muchacho al que vimos crecer profesionalmente, no sin sana envidia, y ahora cae literalmente abatido por esas fuerzas extremistas a las que Víctor Casaus, un poeta revolucionario, les advierte que están equivocados. Y no faltaría allí, un ron mediante, quien citara a Silvio Rodríguez, el más ecuménico de todos nuestros trovadores, quien soltó a su Unicornio cerrero para defender a los periodistas rebeldes e iconoclastas de la revista Alma Mater: «Me preocupa —dijo el otro poeta— que la revolución (o lo que usa su nombre) acabe siendo contrarrevolucionaria y que lo que se le enfrente parezca o acabe siendo revolucionario».

Desde este texto ofrezco disculpas por los amigos de la vida que no abracé, las puertas que no toqué, las invitaciones a las que no acudí, los debates que me perdí. He pasado unas horas en un país removido por una tragedia, un debate social (para bien) sin pelos en la lengua y la visita de un amigo que no solo viajó a la isla para hablar de emigración, unidad latinoamericana y a bailar danzón… El presidente mexicano López Obrador ha sugerido en La Habana «que la revolución renazca en la revolución». A esa misma hora yo me despedía de mi querido Ares y regresaba protegido con su libro Toca Madera. Esa frase que los cubanos utilizamos para espantar la mala suerte o evitar un mal augurio.

«¿Cómo viste a Cuba?», me preguntarán una y otra vez en los próximos días. Para evitar repetirme les dejo aquí mi única respuesta posible: Asfixiada, pero todavía respira. Todo lo que hagamos por ella, sin odios y con amor, vale la pena. Incluso tocar madera.


Silvio Rodríguez / Viene la cosa

6 comentarios en “Toco madera por Cuba

  1. Que bueno que la viste, contrario a los que practican el odio, que intentan por todos los medios no verla, tratando de sobrevivir a duras penas y haciendo conexiones del radicalismo inicial a fin de salvarse. Son esos que piden que es la hora de apretar para rendirnos y son aquellos que sin saberlo o conociendo hacen el juego para evitar las represalias personales por parte de los defensores de todas las libertades, menos la libertad de pensamiento y la de construir una sociedad distinta a la que aspiran, sin importar mayorías o votaciones que es como defienden la democracia.
    De acuerdo total contigo en lo referido a Silvio, tenemos que aprender de él y él llenarse de verdades para no equivocarnos juntos, esa es la responsabilidad de quien es seguido por multitudes.
    Bueno el Mojito. Alegre de que visitaras tu patria y esperando el próximo.
    Saludos para ti y tus seguidores

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    • Gracias, muy bueno, como siempre tu artículo. Comparto tu opinión, acabo de regresar después de 43 días en nuestra Cuba, que para mí pasaron volando. Nuestra isla sigue respirando!!!!

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  2. No se olvide que existe algo que aprendí hace mucho que se llama «principios» no se por qué los que hoy están reescribiendo sus discursos (llámese como se llame) tergiversan lo vivido y quieren hacer el cuento de nuevo. Revisense. No somos radicales, somos revolucionarios que no permitiremos que se cambie la esencia.

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    • Didier, tal pareciera que eres el dueño de los principios. Te tengo una mala noticia. Yo tengo principios, los defiendo y no los traiciono. Quiénes están reescribiendo los discursos? Quién debe revisarse? Yo escribí mi opinión sin rodeos. Usted anda con rodeos. Hable claro, para poder responderle. La revolución es transformación. Los radicales casi siempre se dan la mano con los oportunistas. Y el oportunismo no es una vía para cuidar las raíces y las esencias. Aquí estoy por si le interesa dejar de hablar con consignas y le entramos sin rodeos al debate.

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