
Mi cuenta de Facebook fue restringida. La condena: una semana sin publicar y comentar. Un mes sin participar en grupos y sin emitir anuncios. Dos meses con los post enviados al sótano de la sección de noticias. Confieso que no mostré un pene, un pezón o un desnudo total. No ofendí a nadie. Tampoco hice apología de la guerra o discriminé a alguien por su raza, sexo u orientación sexual. Puedo asegurarles que soy inocente, pero ni siquiera los chicos de Zuckerberg están dispuestos a demostrar lo contrario.
No sucedió un día cualquiera. Rusia había cruzado la frontera de Ucrania y las redes ardían con la etiqueta #TerceraGuerraMundial. Facebook se convirtió en un coliseo de pacifistas enfrentados. Twitter se llenó de estrategas de la guerra y la geopolítica. Instagram siguió en su plan de pasarela universal, pero sus modelos comenzaron a pintarse en el rostro banderitas ucranianas. Para alertar sobre la otra batalla, la desinformación, escribí Los misiles sociales. Allí, condené por igual a la invasión Rusa, al expansionismo de la OTAN, al servilismo de la Unión Europea y al neofascismo.
Posteé la nota en mi muro de Facebook y en el tercer comentario una desconocida me saltó a la yugular: «¿De qué neofascismo hablas? ¿Qué significa para ti que Ucrania es neofascista? Putin lo dijo y tú lo repites…». La chica estaba poseída. Me acusaba de cosas que yo no había dicho. Le recomendé releer el texto y barrer todas aquellas palabras que no eran mías. Dicho esto respondí con amabilidad a sus preguntas. Le sugerí textos sobre el Regimiento Azov y su fascinación por Hitler. Le compartí dos enlaces sobre el accionar de los neofascistas en Ucrania y le documenté con una foto. Los chicos de Azov orgullosos con sus suásticas y otros símbolos de las SS nazis.
No pasaron treinta segundos y la fuerza demoledora de la censura explotó en mi muro. Se supone que el «algoritmo de Zucke», policía invisible de la plataforma de redes más popular del mundo, fue el autor del juicio sumario. Sin ofrecerme derecho a la legítima defensa me impusieron cinco sanciones a través de un pantallazo. A partir de ese momento la publicación quedó al pairo. No pude seguir el diálogo con la chica y mi muro se llenó de candados por todas partes. Cuando Zuckerberg se molesta actúa como el niño rico engreído que detiene el juego y se larga a casa con su bate y su pelota.
Mi delito fue mostrar el rostro del neofascismo. Para mi sorpresa esa misma foto aparece publicada en otros muros de la misma red social decenas de veces. Para mi indignación los extremistas nazis del Regimiento Azov tienen un grupo público en Facebook. ¡Atención algoritmo de Zucke! Su plataforma es utilizada para violar las normas que ustedes mismos inventaron y que aplican de manera selectiva… Ese mismo día, antes de irme al mundo real, leí que el álbum Kill ‘Em All de Metallica acababa de ser censurado en Facebook porque la imagen de la carátula «no cumple con sus parámetros y por lo tanto no se permite su difusión». Nadie le dijo a Zucke que esa obra de arte ha sido certificada con tres discos de platino en 1999, después de vender tres millones de copias en los Estados Unidos.


¿Qué nos esconde el algoritmo?
En Facebook conviven los robots y los policías humanos. El 25 de febrero de 2019, los periodistas Juan Luis Sánchez y David Sarabia documentaron en El Diario la existencia de dos centros secretos en Europa para manejar la censura dentro de la red social. Zuckerberg tiene subcontratados en Polonia a más de 15.000 revisores. «Cada uno toma como promedio 500 decisiones al día y dan forma a los límites de la censura global en la plataforma». El otro grupo opera desde Portugal. «Ambos están conformados por jóvenes sin cualificación».
Sánchez y Sarabia explican que «los revisores están encargados de perseguir y detectar insultos, drogas, abusos sexuales, terrorismo, decapitaciones, pezones. Existe un mito de épica tecnológica sobre algoritmos que retiran automáticamente contenidos inapropiados en Facebook. Detrás de esa idea moderna y aséptica de la censura, hay en realidad más de 15.000 revisores de contenido, personas que se dedican a filtrar los excesos de medio mundo, como Albert o Johan, que desde su experiencia señalan la arbitrariedad de las normas para decidir lo que se publica o lo que no. Es imposible no cometer errores porque el sistema es muy contradictorio».
Seis meses después de esta revelación, Facebook hizo público su estrategia para censurar contenido dañino. Publicaron en Github, una plataforma de código abierto, los algoritmos que usan para identificar las publicaciones que contienen elementos de explotación sexual infantil, propaganda terrorista o imágenes de violencia explícita. Para hacer esto, Facebook explicó que utiliza las tecnologías PDQ y TMK + PDQF, que almacena los archivos de forma comprimida en códigos alfanuméricos, también conocidos como digital ashes, y los compara con imágenes conocidas de contenido dañino. De los «robots» humanos que actúan desde Polonia y Portugal no dicen una sola palabra.
A raíz de ese episodio, el periodista Juan Soto Ivars advirtió que «la libertad de expresión ya no existe en las redes sociales». Para demostrarlo dibujó en un párrafo el árbol genealógico de la censura: «Las redes sociales que hoy usamos se popularizaron desde 2007. Hasta 2010 hubo unos años de absoluto juego y libertad: íbamos a Facebook a decir lo que no queríamos que oyera nuestra madre. En las redes se hacía mucho humor negro y se opinaba con sinceridad, muchas veces de manera desagradable y grosera, pero hacia 2011 empezaron a ser habituales los linchamientos digitales. Eran la respuesta de ciertos sectores hipersensibles al discurso duro y espontáneo. Podían desatarse por un alegato racista o machista, sí, pero también por comentarios ambiguos e irónicos».
El negocio de Zuckerberg ya roza los 3.000 millones de usuarios en todo el mundo. A raíz de su última celebración, el periodista Michael Mclouglin, especializado en medios de comunicación, título «El principio del fin de Facebook: la mayor red social del planeta ya huele a rancio». Para explicarse les recordó que viven una crisis de identidad y de reputación de dimensiones planetarias. Tienen en su palmarés, además, el mayor batacazo bursátil de la historia: la pérdida de 230.000 millones de dólares en una única sesión. La compañía, ahora conocida como Meta, perdió la cuarta parte de su valor y arrastró la cotización de otros gigantes tecnológicos.
Entiendo al estresado Zucke. Tiene demasiados retos y problemas para estar pendiente de la libertad de expresión y la justicia. Gracias a sus algoritmos dislocados y a los revisores selectivos he disfrutado de una semana estupenda. Lejos de Facebook pude concentrarme más en mi trabajo, jugar fútbol con mi hijo, escuchar más música y ponerme al día con Netflix. Todos deberíamos ser restringidos por una semana de la plataforma para experimentar otra vez que la vida está afuera. Que se puede ser feliz al margen de este solar universal. Sin el acoso del hater, las poses del falso y la erudición de los terraplanistas. Dentro eres lo que compartes. Fuera eres tú mismo.
PD: Listo para la próxima jornada de restricciones.


Tres cuentas de Instagram sobre coctelería que te recomendamos seguir (+18/Social)
@copasconestilo
Si estás en Madrid y buscas un buen bar esta cuenta de Instagram te guiará por las mejores barras de la capital española. En cada publicación exhiben una coctelería diferente y enaltecen la importancia del bartender o barmaid.
@beautifulbooze
La influencer Natalie Migliarini nos invita a conocer diferentes cócteles a lo largo de todo el mundo. Ha visitado 25 países y ha recorrido 220.000 kilómetros para documentar las mejores barras del planeta.
@villacocteles
Si buscas una página de cocteles creativos para aprender e impresionar a tus amigos, recomendamos esta excelente cuenta que nos muestra el buen arte de mezclar bebidas y fotografías.
Bueno, decirle a un(a) facha que se documente es como soltarle una p…, un pene directo al rostro como un mísil.
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Muy buen artículo. Muy interesante y todo lo que dice es muy cierto. A mí me han quitado cosas diciendo que son noticias falsas cuando son ciertas. Por ejemplo sobre las vacunas cubanas contra el Covid. Parece que los robots de Facebook no se han enterado de que Cuba, bloqueada y vilipendiada, es una potencia médica y biotecnológica.
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