
Sobran motivos para afirmarlo, pero la primera baja de esta guerra no es la verdad. Más allá de que la española Antena 3 utilice imágenes de videojuegos para graficar la invasión rusa a Ucrania, hemos visto caer otros conceptos antes que la objetividad periodística. Cuando Putin ordenó «¡огонь!»*, ya Biden y sus aliados de la OTAN habían enterrado a sus tres víctimas: ética, razón y sentido común.
Ninguna guerra debería ocurrir. Nadie que comience una debería ser considerado un estadista. Lo menos que necesitaba este mundo es una confrontación bélica. Teníamos más que suficiente con la invasión de un virus que ha dejado al planeta casi seis millones de fallecidos, cifra que se corresponde con las bajas de las Guerras Napoleónicas (1799-1815). Pero Putin, el chico malo de Moscú, no es el único responsable de que la etiqueta #TerceraGuerraMundial lleve días posicionada entre las tendencias de las redes.
Susanna Griso, la presentadora estrella de Espejo Público (Antena 3), se refiere a Putin como «el sátrapa». Vaya espejo en el que se miran los españoles. En pleno siglo XXI le hablan a la audiencia del lobo comunista y blanquean a la OTAN que en 1999 bombardeó sin piedad a Yugoslavia. Miran a cámara, fruncen el ceño y balbucean indignados porque misiles rusos surcan el cielo de Ucrania. No se atreven a reconocer que Biden empujó a sus socios de la Unión Europea hacia la encrucijada catastrófica de estos días. La vergüenza también se cuenta entre las bajas.
El intento de cercar a Rusia con un arco de países pertenecientes a la OTAN y colocar cohetes estratégicos a solo cinco minutos de Moscú es una insolencia imperial y un despropósito que nos devuelve a la Guerra Fría. Durante unos ocho años han utilizado a Ucrania para atizar este conflicto. Los mismos entusiastas de la paz que se reúnen de madrugada en Bruselas para sancionar a Rusia, hicieron silencio mientras el gobierno de Kiev intentó sofocar el separatismo en Donbás con misiles y bombardeos. Más de 14.000 personas murieron allí, pero a quién importa un pueblo pro-ruso y rebelde.
Ahora mismo, el presidente Volodímir Zelenski es el comediante más serio del mundo. Vestido de verde le reprocha a Occidente haber embarcado a Ucrania en una aventura y dejarla sola frente al ejército ruso: «¿Quién está dispuesto a combatir con nosotros? No veo a nadie. ¿Quién está listo para dar a Ucrania la garantía de adhesión a la OTAN? Todo el mundo tiene miedo. Les he preguntado a los 27 mandatarios si Ucrania estará en la OTAN. Todos tienen miedo, no responden. Nos dejaron solos. Le tienen pánico a Putin».
El discurso de Zelenski es dramático y desolador. En 24 horas pasó del juramento de combate al ofrecimiento de diálogo. Ha sido más sensato que los mentores que lo abandonaron en medio de la guerra. ¿Qué tiene para negociar? ¿Renunciará al sueño de ver a Ucrania entre los halcones de la OTAN? Desde el inicio de la crisis ese era el reclamo insistente de Putin: la garantía de que Kiev no abriría sus puertas a las bases militares de la OTAN. Ese, señores pacifistas, debería ser un deseo honesto de todos. Lo otro que debería garantizar Zelenski, un judío de origen ruso, es detener el patrocinio estatal a las milicias fascistas.
Poco o nada cuentan los medios defensores de la OTAN y los sabelotodo de las redes sociales sobre el Regimiento Azov. Pregunten en Donbás por esos fundamentalistas que llevan como símbolo un gancho de lobo y sol negro, los mismos utilizados por las SS de Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Un artículo de Peter Schwarz (wsws.org) describe cómo Ucrania se ha convertido en un centro de entrenamiento y creación de redes neonazis. Según la publicación, la alarma llegó hasta el Congreso de Estados Unidos, donde cuarenta congresistas pidieron al Departamento de Estado que calificara a Azov como una organización terrorista extranjera.
Quienes acusan a Rusia de desatar la #TerceraGuerraMundial deberían ponerse al día con la historia. Reconozcamos la verdad: el pueblo ucraniano, el ruso y también Europa pagan ya las consecuencias del expansionismo militar de la OTAN y la irresponsabilidad egoísta de Joe Biden. La guerra en Ucrania no comenzó el 24 de febrero. Es tan vieja como el golpe de Estado que ocho años atrás apoyó la Unión Europea en Ucrania. A partir de ahora, cada vez que llegue la factura de la luz o toque repostar el coche, con un aumento del 25 por ciento en precios, pensemos en la OTAN. Los mismos medios que satanizan al sátrapa Putin agradecerán en pocos días la «ayuda energética del buen Biden».
Los efectos de esta guerra, como en todas las demás, los sufrirán y pagarán los pueblos. La narrativa de los acontecimientos en pleno desarrollo ya está escrita. Hasta Wikipedia dice que Putin fue el primero en decir «¡fuego!», pero la guerra la comenzó la OTAN muchos años atrás. Como diría el poeta griego Oddysséas Elýtis, Premio Nobel de Literatura, lo «escribo para que la muerte no tenga la última palabra».
(*) ¡Fuego!



War and oil prices
«Un dibujo que hice en diciembre de 2002. A veces creo que no haré más dibujos nuevos, los mismos intereses, los mismos cuentos… los mismos resultados…».
Arístides Hernández (ARES), el 26 de febrero de 2022 (Tomado de su perfil de Facebook)
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TRASTIENDA.SHOP EN LA GUERRA COMO EN LA PAZ
Estupendo trabajo!!! Lo comparto, un abrazo
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