Zurdo en el Planeta Cuba

En Mojito News celebramos el 60 cumpleaños del trovador Santiago Feliú con un fragmento del libro en preparación Rojo el tomate. Por allí se asomó El Topo, como lo bautizó nuestro querido Joaquín Borges Triana, para ponernos un poco de música y retarnos a repensar la banda sonora de nuestra generación. Vuela alto, Santi, y regresa siempre que te de la gana en tu límpida brisa de lirismo inevitable.

(…)

Marcelo cumplió treinta años el mismo día en que estalló el Monicagate. Los recibió en La Habana embadurnado hasta el pelo de cemento y pintura. En los retoques finales del apartamento que alzó sobre la tercera planta de la casa de sus abuelos paternos. Tres décadas atrás, sus padres ocuparon la segunda planta, de manera que se instaló una generación Calviño en cada uno de los tres niveles. El último heredero lo asumió como una «independencia a medias», porque seguía amarrado al entorno familiar y rodeado de reglas. Aun así, se sabía privilegiado. En relación con su mejor amigo era un aburguesado… Antonio mal vivía en San Miguel del Padrón, barrio periférico de La Habana. Allí se alquiló un cuartucho y comenzó a compartir la suerte de los obreros y emigrantes orientales, la mayoría negros, hacinados fuera de la postal turística de la capital. Era lo que podía permitirse con el salario de recién graduado, pero ese no era un trance de vida o muerte para alguien nacido y criado en el gueto de Guernica. 

Aquella tarde, cuando terminaron de pintar, Marcelo y Antonio se sentaron en la terraza a contemplar la ciudad. Desde el Vedado hasta el mar, como en un ángulo ancho de fotografía, la vista panorámica es muy generosa, incluso sobre el escenario sórdido de viejas casas bombardeadas por el tiempo, la desidia y la falta de recursos para mantenerlas. Calviño, el padre de Marcelo, subió una botella de añejo Havana Club y roció ron por las esquinas «para los orishas y la buena suerte». Un viejo ritual de santeros que él imitó con seriedad y el deseo de que su hijo fuera feliz en su nuevo hogar. Al terminar dejó el ron sobre una mesa en la terraza y siguió a la cocina, donde su nuera preparaba algo para picar. 

—Qué buena pinta tienen esos chicharrones —exclamó Calviño. 

—En Extremadura, según mi bisabuela, le llaman torreznos —le contó Pasión. 

—Pues chicharrones o torreznos saben a gloria —respondió el viejo, antes de volver con un plato a la terraza.  

Los dos Aries ya filosofaban en torno al añejo y el padre de Marcelo acomodó una silla entre ellos. Estiró las piernas, se dio un trago largo y entró en la charla. 

—Hijo, ricos no somos, pero una novia, un techo y esta vista de La Habana es algo más que una fortuna.  

—Gracias por enseñarme el valor de las cosas —respondió Marcelo. 

Antonio tomó distancia de la conversación. Escuchó al viejo Calviño y se sintió como un pobre infeliz sin pareja, sin casa y sin paisaje. Les dio la espalda, se apoyó sobre el muro que bordeaba la terraza y se puso a coquetear con el horizonte…  

—Ahora que el sol se esconde, La Habana es como una milf interesante. Lástima que pasa a su tercera edad como si fuera una puta destruida por la mala vida y las noches largas.  

—Madura seductora es. Pero con cinco años más de período especial se nos desmorona —dijo el viejo Calviño con seguridad. 

—Si esta desgracia dura cinco años nos vamos a derrumbar hasta nosotros mismos —añadió Marcelo. 

—Si siguen con los derrumbes tendré que llamar a los bomberos —bromeó Antonio. 

—Entonces deja de decir que La Habana es una vieja puta, camagüeyano envidioso… —bromeó Marcelo. 

Pasión, que escuchaba atenta, bajó el volumen del reproductor y puso en segundo plano al trovador Santiago Feliú, quien parecía participar de la charla con sus Náuseas de fin de siglo: «Lo que pasa es que lo eterno/no es de nosotros/Lo imposible es esa brújula/rota en el alma/El amor de la sonrisa/contaminándose más/Y en el miedo de querer/todo lo que está ahogándose…».

Los cuatro chocaron sus vasos y la joven, que parecía administrar bien sus comentarios, rompió el silencio, entró en la conversación y puso a valer su opinión.  

—Si esto dura cinco años más yo no estaré aquí para contarlo. 

—¿A dónde te llevarás a mi hijo? —preguntó Calviño con sus copiosas cejas arqueadas y centellas en los ojos.  

—Si él me sigue será su decisión —ripostó ella sonriente.  

Pasión Bravo, la novia de Marcelo, estudió desde niña en la Escuela Nacional de Ballet, de donde pasó a la Compañía de Danza Contemporánea. Siempre se presenta a sí misma como «la prima ballerina absoluta de La Primorosa». Una finca intrincada campo adentro en la provincia de Pinar del Río, donde la mayoría de los guajiros no conocen el ballet clásico y a ninguna otra chica se le ocurrió la idea de volar sobre los escenarios. Pasión nació con asombrosa vocación y un físico envidiable para el baile. Sus padres dieron en la diana al elegirle nombre. En ella se juntan talento, gracia y sensibilidad. Más que tímida es reservada, pero a la hora de defender sus opiniones se convierte en huracán apasionado, imposible de contener con facilidad.  

La canción se agotó y los tres hombres quedaron en silencio. Pasión entendió que era el momento exacto de entrar en la conversación y darle un giro. 

—Hermosa la letra, pero Santiago es un cantautor subvalorado en la música cubana. 

—Yo diría que eclipsado por dos grandes. No es fácil nacer detrás de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés y tener éxito en lo mismo que ellos —le respondió Antonio. 

—Santiago dice que «el éxito es histérico, pero el mérito es histórico» —dijo Pasión. 

—Mi amor, la historia se encargará de decidir si sus canciones tienen mérito.  

—¿En serio, Marcelo? Santiago ya es un grande. Los genios anónimos también existen. Adoro su poesía y esa manera tan suya de hacer que luzca sincero el bajo perfil —confesó Pasión. 

—Bailarina, subiste a ese topo, zurdo y rojo a este escenario y comenzó a correr una límpida brisa de lirismo inevitable —jugó Antonio. 

—Vamos, por favor, ponnos otra —le imploró Marcelo. 

(…)


Santiago Feliú / Planeta Cuba

4 comentarios en “Zurdo en el Planeta Cuba

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