Celebración de la vida

«A la muerte se le toma de frente con valor y después se le invita a una copa», escribió Edgar Allan Poe. Murió poco tiempo después, a los cuarenta años, alcohólico y rodeado de misterios. Ya nadie especula sobre la causa de su viaje a destiempo, pero su obra aún es centro de atención en foros, ferias y universidades… Como si se cumpliera para sí mismo la premonición de su poema El espíritu de los muertos: «Quédate silenciosamente en esa soledad que no es abandono».

Ese túnel es el umbral de retiro que traspasan por estos días las víctimas de la última pandemia. Las estadísticas, maquilladas con disímiles intenciones en la geografía planetaria, hablan de 4,7 millones de fallecidos y 230 millones de personas infectadas. Pueden ser más, sin duda. Pero qué importa esa disquisición ética ante la dureza de la muerte. Cuando un acto sobrecogedor se convierte en noticia ordinaria la moral se lacera y el corazón se estruja. No estamos configurados para soportar en calma una avalancha de ausencias, que incluyen al familiar cercano, al amigo, al vecino, al famoso, al que nos parecía indestructible… 

Los escritores, que tienen la suerte de vivir mundos paralelos, se toman el hito de la muerte con la levedad insolente que no habita en los cánones rígidos de la cotidianeidad. Jorge Luis Borges, con su capacidad para escanear el mundo desde el alma, escribió que «la muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene». José de Saramago, ya viejo y enfermo, puso a pensar a sus lectores: «No me preocupa la muerte, me disolveré en la nada». Un trance que Gabriel García Márquez explicó con la simpleza arrolladora del realismo mágico: «Lo único que nos llega con seguridad es la muerte».

Juan Rulfo, tan terrenal como el páramo, lo describió desde la perspectiva de la gente común. La que sufre y llora por los suyos: «La muerte no se debe repartir como si fuera un bien. Nadie anda en busca de tristezas». Lo leo y pienso en tanto familiar y amigo cercano que carga dolor y cenizas. Los espíritus de los anónimos y los mediáticos. Los pobres de toda la vida y los ricos de siempre. Para la pandemia de turno el contagio no ha sido selectivo y puso en contexto un proverbio italiano tan viejo como los virus: «Una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja». No deja de ser un acto de justicia, pero ni agrada, ni consuela.

La «soledad que no es abandono», como describió Poe a la muerte, no es el destino que nos corresponde a todos. Isabel Allende, una mujer que sabe del dolor y la devastación en primera persona, escribió que «la muerte no existe, la gente sólo muere cuando se les olvida». Pero hay quienes viven para que no se les recuerde en la posteridad. Y están los que merecían quedarse un rato más entre nosotros. Por ellos —en su memoria—, hacemos en Mojito News esta celebración por la vida. Una barra abierta imaginaria a la que están todos invitados y donde queremos que te cruces con los recuerdos de los tuyos. No importa que un atorrante Sigmund Freud se meta en su papel de sicoanalista y venda consejos del otro lado de la barra: «Si quieren soportar la vida, prepárense para la muerte»… O que un ebrio y despistado Tom Wolfe intente convencerte de que «la muerte es el último viaje, el más largo y el mejor».

Una celebración auténtica de la vida no puede ser un acto hipócrita, plañidero, miedoso. La muerte, como los lobos, huele el temor de sus presas y se ensaña. Hay que pasar de ella con altivez, incluso con mueca burlona tras la mascarilla. Convertir nuestra tristeza en la sonrisa eterna de los que ya no están y no les gustaría que se les recordara conectados al respirador artifcial, impotentes y desolados. Después de todo, como diría Mario Benedetti, «la muerte es solo síntoma de que hubo vida».

Hace apenas  una semana, cuando abrimos las «persianas» de Mojito News, mi hijo Diego me preguntó desde sus doce años cómo podría mantener la promesa de ofrecer un coctel el día que tocara escribir de un tema doloroso, como parece ser el de hoy. Le enseñé que la tristeza es un estado mental y siempre tenemos una reserva de alegría que inmuniza y salva. Esta celebración de la vida incluye un coctel llamado Catrina. También sonará alto en nuestra vieja victrola la canción Recuérdame, que la película Coco dedicó a la memoria de nuestros muertos. Hoy es día de barra abierta en este blog-bar. Millones de espíritus se lo merecen.

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«En el mundo post coronavirus, las estadísticas que hemos tenido que metabolizar por casi dos años, tienen que enseñarnos que todo lo que perdimos, desde nuestros seres queridos hasta lo que creíamos nuestra zona de confort, serán más importantes en la medida en que nos hagan reflexionar sobre el valor de la naturaleza y de la vida».

El mundo después del coronavirus

(ARES y Félix López)


Recuérdame, tema de Coco, en versión del mexicano Carlos Rivera

La receta de mojito: Prepara tu coctel Catrina (+18/Emocional)  

Octavio Paz escribió que «la indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida». El día de los muertos en la tierra azteca, el 2 de noviembre, se celebra con la más alegre de las fiestas familiares. Uno de los cocteles favoritos de la velada es catrina, que tiene muchísimas versiones.

Ingredientes:

  • 1 onza de mezcal
  • 1 onza de Ancho Reyes
  • ½ onza de jugo de limón
  • ½ onza de jarabe de piloncillo
  • 1 ½ onza de jugo de piña
  • Hielo
  • Limón deshidratado
  • Chocolate

Coloca todos los ingredientes (menos el limón deshidratado y el chocolate) en la mezcladora. Cuela el contenido en una copa para cocteles y añade una rodaja de limón deshidratado y ralladura de chocolate. Sube la canción Recuérdame y no te pierdas esta celebración de la vida.



5 comentarios en “Celebración de la vida

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