
Mojito News publica tres miradas particulares sobre la encrucijada de Cuba. No etiqueto esas opiniones como actuales (aunque se trata de tres textos muy recientes) porque se refieren a una realidad que ya muestra las arrugas del tiempo… En medio de tanta paparrucha, palabra castellana que deberíamos utilizar en lugar de fake news, es un lujo juntar en un mismo espacio las reflexiones de Silvio Rodríguez, Julio Carranza y Carlos Lazo. Cada uno, desde su ética, su experiencia y su acción cotidiana, ayuda a entender esa cuerda floja, a veces tensada por el odio, que conecta la realidad histórica entre la isla y los Estados Unidos.

Tomar distancia de lo inhumano
Silvio Rodríguez
La estrategia de Obama para mí siempre estuvo clara: «no le combatas, acércate a tu enemigo e inflúyelo». Podremos ponerle los epítetos que queramos, pero sin dudas fue la política más pacífica, la menos cruenta de todos los presidentes norteamericanos que nos tocaron después de 1959. Por otra parte, de la misma forma que becar y hospedar en casas de personas de nivel medio, en los Estados Unidos, puede hacer pensar diferente a un joven que desde niño sólo conoce nuestra realidad —de ventajas sociales y carencias materiales—, visitar a Cuba, para un joven norteamericano, puede significar un gran cambio de mentalidad respecto a lo que desde niño oyó y leyó sobre nosotros.
Por eso siempre he dicho que, en el intercambio de influencias pueblo a pueblo, teníamos las de ganar. El porqué es sencillo. Por nuestra parte siempre hemos sabido que en los Estados Unidos materialmente se vive mucho mejor que en Cuba. En tal sentido no hay sorpresas para el ciudadano nuestro que pase por allá. Pero para los que sí habría sorpresas, y muchas, sería para los ciudadanos norteamericanos, cuando descubrieran la calidad solidaria de nuestro pueblo, a pesar de sus carencias. Y no iban a tener que leer editoriales que pululan en nuestra prensa, escrita o televisiva; bastaría vivir un poco entre nosotros para enterarse de los efectos del bloqueo al que sus dirigentes nos someten desde hace más de seis décadas.
La CIA, la USAID, Soros y el copón bendito anglosajón saben eso, y se lo vienen advirtiendo a todos los presidentes norteamericanos: si nos abrimos con Cuba, la perdemos. Los primeros que lo saben son los ultraderechosos políticos de la Florida, herederos de los esbirros de Batista. Por eso han creado el monstruo propagandístico que reedita, generación tras generación, una feroz ideología anticastrista, hija del anticomunismo macarthista. Este monstruo, alimentado durante seis décadas, ya es un factor electoral a veces determinante, como se ha comprobado. Por todo esto se recrudecen las presiones a Cuba. Mucho más cuando, a pesar de nuestra lamentable realidad económica, somos el único país del tercer mundo que ha creado sus propias vacunas contra la Covid19.
Respecto a nuestra realidad interna, siempre he dicho que no fuimos lo que íbamos a ser, fuera eso lo que fuera, sino lo que el conglomerado de presiones externas y capacidades propias nos ha permitido.
No tiene sentido llorar o lamentarse. La realidad es la realidad. Y si la queremos mejor no se puede empezar ignorándola o sacando conclusiones parciales. La justicia social, la ejemplaridad moral y cívica también pasa por comprender y asumir lo que genera lo complejo. No olvidemos el resultado de las presiones y/o represiones que atentan contra la impaciencia —virtud o defecto, según desde dónde se mire—. Hace 62 años que los más poderosos pretenden asfixiarnos. La mejor razón para tomar distancia de todo lo inhumano.
(Blog Segunda Cita, 7 de noviembre de 2021, 10:28)

La complejidad del momento político, la importancia del todo
Julio Carranza
Hay muchos artículos en internet y en publicaciones cuyos contenidos principales son fuertes críticas a los problemas y deformaciones que actualmente tiene el sistema vigente en Cuba, con toda franqueza y claro que me refiero a los que tienen pretensiones serias, no a tanto panfleto que corre, encuentro extensos párrafos de esos textos que en general comparto, por ahí esta todo lo que he publicado por años, se podrían apreciar las coincidencias, pero hay otros párrafos y sobre todo muchas omisiones que no comparto en nada.
Si me preguntan por qué, mi respuesta es: porque creo que con frecuencia falta más sentido de la realidad como un todo, Cuba es Cuba y sus circunstancias, sus realidades, Cuba (en realidad ningún país) no es solamente un «deber ser».
He dicho en diferentes ocasiones, porque es lo que creo, que la democracia verdadera solo podrá ser socialista, pero que el socialismo verdadero solo podrá ser democrático; ahora bien, esos procesos se dan en condiciones históricas específicas, con riesgos, amenazas y condicionantes que escapan a cualquier prefiguración teórica.
En Cuba hay hoy una clarísima lucha política, hay una puja donde confrontan diferentes concepciones, diferentes paradigmas, diferentes intereses, hay también «herejes» (lo cual me alegra) y hay «renegados» (lo cual me disgusta), pero existen también poderosas, muy poderosas, intervenciones externas que poco tienen que ver con los intereses legítimos del país y menos con el sentido progresivo de su historia, aunque algunos nacidos en la isla las apoyen o las vean como «aliadas».
Esto conduce a una compleja encrucijada ante la cual es preciso ser muy transparentes, el punto nodal es cómo hacer avanzar y rápido una agenda de transformaciones de todo tipo que el país sin dudas necesita para ser viable, para ser eficiente, para ser más inclusivo, etc. y que chocan con la resistencia de una burocracia férrea, interesada y pesada, pero a la vez hacerlo sin favorecer, pero ni un milímetro, a una agenda ajena a los legítimos intereses del país y sus mayorías, por cierto de un país pequeño, pobre, agredido y en una ubicación geopolítica y geoeconómica muy difícil. En mi opinión ahí hay un parte aguas.
Por supuesto que ningún sistema es irreversible por decreto, etc., por supuesto que los derechos deben ser garantizados, etc., por supuesto que el gobierno y cualquier fuerza política debe ser abierto a la crítica, al diálogo, a la renovación, a la mayor inclusión, pero por supuesto que también hay que tener y expresar claramente los desafíos implicados para el país, confrontar sin ambigüedades con el poder externo que los impone. El principal problema es el de la nación y su soberanía, condición indispensable para el bienestar de su población y cualquier equivocación (o acción consciente) puede contribuir a destruirla. La política que desde EE.UU. se hace hacia Cuba no es únicamente contra el socialismo, es también contra la nación independiente.
A veces me llama la atención en textos que leo, como hay una crítica profunda (que muchas veces comparto) a los problemas del sistema vigente en el país, pero apenas un susurro menor, cuando no el silencio, para analizar también, con objetividad y rechazar las serias pretensiones hegemónicas que amenazan, será porque cuando menos ven en ellas a «temporales compañeros de viaje» que aprecian necesario y/o útil para impulsar lo que consideran como sus objetivos. En mi opinión, si así fuera, se trata de un oportunismo muy peligroso y quizás sin retorno posible.
Hay que dar cuenta del todo, sin excluir ni subestimar nada, y el todo es muy diverso y muy complejo. Hay que confrontar de manera clara con conocimiento de la historia y sin ingenuidades lo que se opone a la soberanía de la nación, sin «coqueteos». Sin soberanía cualquier futuro sería peor, como también hay que criticar de manera seria los problemas y deformaciones propias que deben ser con urgencia superados, discutir, promover alternativas. Sin ello también cualquier futuro sería peor, en eso consiste hoy, creo yo, el fiel de la política que se debe hacer.
(De su muro de Facebook, 22 Octubre 2021)

Del odio sí se puede regresar
Carlos Lazo
Yo también odié. Yo sé que desde el odio sí se puede regresar. Corría el año 1993. Yo llevaba apenas dos años viviendo en los Estados Unidos. Por aquellos días, mi anciano padre, que residía en La Habana, obtuvo una visa norteamericana y vino a pasar unas semanas conmigo en la Florida.
Recuerdo que, durante su estancia, conversábamos sobre nuestro tópico favorito, Cuba. Desde mi adolescencia, mi papá y yo militábamos en bandos políticos opuestos. Él era revolucionario y yo «gusano». Ese era el epíteto descalificativo de entonces.
Aunque han pasado casi tres décadas, me viene a la memoria, como si fuera hoy, aquella tarde en el apartamento humilde y caluroso de Hialeah. El aire acondicionado defectuoso, empotrado en la pared, goteaba y le agregaba «música» de fondo a nuestra charla. De pronto, ¿cómo olvidarlo?, en medio de la conversación, le dije a mi papá: «¡Sí, que los bloqueen bien! ¿No decían que no necesitaban a los americanos? ¡Ahora que se jodan!».
Mi viejo me miro y dejó de hablar. Fue como si mis palabras lo hubieran derrumbado, como si perdiera el balance. Miró a otro lado y contuvo el aliento. Se quedó mudo. Yo me preocupé. Miré su rostro arrugado y sombrío y sentí una mezcla de pena y lástima por haber dicho algo que lo afectara así. Después de todo, yo era su anfitrión y pipo estaba de visita en mi casa. Pero hay palabras que, una vez dichas, no se pueden echar atrás.
Mientras lo observaba, mi mente voló al pasado. Y rememoré aquel mismo rostro de mi viejo, un tin menos arrugado, en la época en que él me iba a ver a la cárcel de Quivicán. El padre, «comunista», le llevaba una jaba llena de galleticas y otras golosinas de amor al hijo, preso por «salida ilegal».
Me transporté incluso más lejos aún. Hubo una época en que aquel mismo hombre (que no era tan viejo entonces) me iba a ver a la escuela al campo. Pipo cargaba un almuercito que siempre llegaba tibio y se pasaba el domingo conmigo. «Vete temprano viejo» le decía yo, porque regresar a la Habana era toda una odisea. Pero él alargaba su visita hasta la puesta de sol. Luego se iba, caminando, por aquella carretera escoltada de palmas reales. A mí se me revolvía algo lindo en mi pecho adolescente, por el orgullo de tener un padre así. Parecía un ángel entre las palmas y el ocaso.
Aquella tarde, en Hialeah, en el 1993, mi mente me llevó incluso al recuerdo más antiguo y tierno de mí infancia: Jaimanitas, calle tercera, entre 228 y 230. ¿Qué edad tendría yo? ¿Cuatro, cinco años? Pipo me enseñaba a montar bicicleta: «Tengo miedo pipo», le decía yo. Él, detrás de mí, me animaba, «no te preocupes hijo, yo estoy aquí contigo y te sostengo. Tú, dale a los pedales».
Hace casi treinta años, en Hialeah, volví a ver la luz. En fracciones de segundos, entre el «¡Qué se jodan!» y la mirada de desosiego de mi padre, todo quedó claro. En ese instante, Fermín Lazo (así se llamaba mi papá) me miró con unos ojos por donde se le desbordaba el alma. Yo sentí una vergüenza del carajo. Él puso sus manos suaves sobre las mías y me dijo: «Carlitos, no digas eso mi’jo. Esa gente es tu familia». Quizás él viejo tenía la intención de decir otras cosas, pero solo agregó, con la misma dulzura con que me hablaba cuando yo era niño: «Tú no eres así mi’jo».
Recordé toda esa historia hoy a propósito de las caravanas de bicicletas y los #PuentesDeAmor y esta lucha por levantar el embargo, que parece no acabar nunca. Han pasado décadas, pero hay frases de entonces, que se han reciclado como fantasmas atemorizantes: «¡Que los bloqueen bien!». «¡Qué se jodan!» —y para descalificar, el epíteto «¡gusano!» se sustituye aquí por «¡comunista!»—.
Pero yo, que un día odié, yo sé que desde el odio también se puede regresar. Porque en algún lugar oculto, a todos nos habita la ternura. Y a mí, en cada milla de este largo peregrinar, me retumban y me sostienen las palabras dichas por mi padre hace más de cincuenta años. Oigo la voz de pipo, multiplicada hoy en miles, en millones de voces, que me dicen: «Yo estoy aquí contigo y te sostengo. Tú ¡dale a los pedales!».
(De su muro de Facebook, 12 de febrero de 2021)
PD: Hermanos y hermanas: Únanse a la petición para que el presidente Biden levante las sanciones que pesan sobre la familia cubana. ¡Qué se construyan puentes de amor entre los pueblos de Cuba/USA! Sigue el enlace y firma en www.puentesdeamor.com
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La receta de mojito: Prepara tu Havana Special (+18/Nostálgico)
Hacia el año 1912, el multimillonario norteamericano Henry Flagler construyó una ruta ferroviaria a la que llamó «The Havana Special», y que conectaba la ciudad de Nueva York con Miami y se extendía luego por toda la cayería del sur de La Florida hasta llegar a Cayo Hueso. En este punto, los coches del tren eran montados en enormes barcos preparados para esto, y transportados por 10 horas hasta llegar a La Habana, donde luego continuaban su recorrido ferroviario hasta la ciudad de Santiago de Cuba.
Gracias a ese itinerario, miles de turistas norteamericanos arribaban, año tras año, a La Mayor de las Antillas. Al ser una travesía larga y agotadora, a la llegada de los barcos a La Habana, se tomaban en ocasiones varios días de descanso en la capital antes de continuar su rumbo al oriente del país. Durante este pequeño receso, los turistas recorrerían la capital y visitaban lugares importantes, entre ellos el bar Floridita, cuyo propietario, Constantino Ribalaigua, creó este coctel con el objetivo de hechizar con su sabor a los turistas de aquella ruta para que al regreso del oriente, volvieran a pasar por su establecimiento.
Ingredientes
- 5 mL de marrasquino
- 45 mL de jugo de piña
- 45 mL de ron blanco
- Hielo en cubitos
- 1 rodaja de piña
Preparación
- Mezclar los ingredientes en el orden descrito, excepto la rodaja de piña.
- Colocar los cubitos de hielo y verter la mezcla batida en una copa de coctel.
- Cortar la rodaja de piña en forma de cuña y colocarla como decoración.
- Acompañar la copa con removedor, preferiblemente.
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No todo está perdido, aún hay esperanza!
Vuelen los odios al mar, y que me perdonen las aguas!
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